Sobre la realidad de la vida, cruda, implacable, gravitan ilustres ideologías cuya función es dignificar todo lo malo o defectuoso y absolverlo ante la eternidad. Así, parece que las religiones monoteístas hayan sido durante siglos una garantía de redención de los crímenes para quienes los cometían.
Siguiendo el mismo esquema, los códigos de la guerra, igual en el Japón feudal que en la Convención de Ginebra, están a la altura de los códigos de honor de cualquier grupo criminal, mafioso, o de adolescentes que se citan para darse una paliza. Son todos ellos altos referentes que, no se sabe cómo, eclipsan cualquier cosa que pase convirtiéndola en anécdota.
5 de novembro de 2006
Ídolos (I)
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