Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

5 de novembro de 2006

Ídolos (I)

Sobre la realidad de la vida, cruda, implacable, gravitan ilustres ideologías cuya función es dignificar todo lo malo o defectuoso y absolverlo ante la eternidad. Así, parece que las religiones monoteístas hayan sido durante siglos una garantía de redención de los crímenes para quienes los cometían.

Siguiendo el mismo esquema, los códigos de la guerra, igual en el Japón feudal que en la Convención de Ginebra, están a la altura de los códigos de honor de cualquier grupo criminal, mafioso, o de adolescentes que se citan para darse una paliza. Son todos ellos altos referentes que, no se sabe cómo, eclipsan cualquier cosa que pase convirtiéndola en anécdota.

El resultado es que los altos ideales, en vez de servirnos de medida de lo que somos, acaban por suplantar nuestra identidad independientemente de lo que hagamos. Gracias a los altos ideales, nuestra alma no corre peligro. Si tenemos ideales, nada puede suceder que nos quite la garantía última de que en el mundo reina la justicia. Que mueran unos cuantos civiles en un bombardeo se debe a una situación extrema e inevitable. Una pequeña dosis de brutalidad es necesaria para que el mundo siga adelante…

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