Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

25 de marzo de 2009

Conjuntivitis alérgica

No será nada nueva la analogía, y mucho menos tiene valor científico alguno. Pero una y otra vez he pensado últimamente en lo mucho que se parecen los dolores del alma (o, por no usar un apelativo tan estirado, el sufrimiento psicológico de la raíz que sea) a las heridas y enfermedades superficiales de la carne.

Tengo un extraño enrojecimiento a la altura de la tibia, en la pierna derecha, que varía cíclicamente de intensidad, unas veces hasta desaparecer, y otras hasta descamarse. Sea lo que sea, los motivos por los que un día pica y otro se calma no parecen estar ahí fuera, sino aquí dentro, en mi propio cuerpo.

Del mismo modo, la tristeza a veces me asalta desde dentro de la muralla, como si hubiese estado oculta en un caballo de Troya, mientras constato que nada hay fuera que me amenace. Entonces, toda mi conciencia se repliega inflamada en torno a la herida, como un cuerpo amoratado y febril por causa de una miserable muela, y siento una gran invalidez. Sin saber cómo, sin que suceda nada, un día la inflamación remite.

Ésa es la gran paradoja: cuando la tristeza sólo está en mí mismo, siento la obligación de controlarla, porque es mía, porque no dependo de terceros. Sin embargo, no es más fácil que si estuviese claramente fuera, en manos de un tercero. Si la ansiedad, la tristeza o el miedo estuviesen provocadas, pongamos por caso, por un desconocido que se dedica a intimidarme, quizá estuviese a su merced; pero lo extraño es que lo esté cuando la cosa depende de mí, cuando está en mis manos...

La conclusión es absolutamente lógica: el cuerpo también
me es ajeno en muchos sentidos, no me pertenece, va por libre, como el desconocido que se dedica a intimidarme. El cuerpo, y con él la mente, realizan constantemente un sinfín de tareas que se encuentran fuera de mi control. Cada una de las palpitaciones de mi corazón me es tan ajena como una cigüeña poniendo un huevo en aquel campanario, es decir, es objeto y no sujeto.

Del mismo modo que mi extensión orgánica se me aparece como un objeto más del mundo, sometida al capricho de insondables fluidos, también los pensamientos me acometen desde fuera. Los dolorosos me llegan como una pedrada, como una crisis alérgica, como un apéndice que se ha inflamado y asfixia a la conciencia; los placenteros llegan como un sueño, o como un beso. Y todos ellos están ahí fuera; llegan de improviso, se apoderan de mí y luego se van.

Imagen: Joan Miró, El beso (1924)
Entradas relacionadas: Horizontes; Conjuntivitis alérgica (II)

8 de marzo de 2009

Elogio del recuerdo

«Esa dicha de la contemplación sin volición es finalmente la que dota de un encanto singular a lo pasado y lo lejano, y por medio de un autoengaño nos los presenta revestidos de una luz tan embellecedora. Al recordar los días de un pasado lejano vividos en un lugar distante, son sólo los objetos lo que nuestra fantasía evoca, y no el sujeto de la voluntad, que, entonces como ahora, llevaba consigo sus penas incurables; pero éstas están olvidadas, pues desde entonces ya han dejado lugar a otras. La contemplación objetiva actúa en el recuerdo como actuaría en las cosas del presente si nos propusiéramos entregarnos a ellas libres de la voluntad. Ésta es la razón de que, especialmente cuando alguna necesidad nos inquieta más de lo habitual, el recuerdo repentino de escenas del pasado y de lo lejano se nos aparezca como un paraíso perdido.(...)»

Arthur Schopenhauer,
El mundo como voluntad y representación

Madrid: Akal, 2005

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