Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

19 de novembro de 2006

Del paisaje: puntos de vista



Las cosas vividas, recordadas como algo entrañable y puro, invitan a la defensa de una supuesta esencia permanente como medida de protección contra el caos. He aquí un punto de partida para el pensamiento conservador que no es nuevo. Lo que es novedoso, es la nueva sensibilidad por el paisaje. Los recuerdos suelen ser para muchos el principal argumento a favor del paisaje. El instinto conservador del territorio nace por el temor de que nos toquen algo tan sagrado como nuestra memoria de lo que fuimos, quizá despersonalizándonos.

Y es que no corren buenos tiempos para quienes dejan su memoria al recaudo de un lugar concreto, de una montaña, de un acantilado, de un claro en un bosque o de una peña escondida. Los territorios, el suelo mismo, están cambiando a una velocidad de vértigo en muchos puntos del planeta. En España, se alían al crecimiento económico las taras de la legislación sobre el suelo, de la que se ha dicho que es la que más incentiva la especulación del conjunto de los países desarrollados. (a este respecto, véase artículo de Manuel Villoria)

Pero no debemos engañarnos: a lo largo de los siglos el paisaje ha cambiado. Lo ha hecho en muchos lugares y de forma muy drástica. Porque se trata de un organismo vivo que se liga y adapta a la actividad humana. Por ejemplo, desde la Edad Media los holandeses han estado cambiando su paisaje a gran escala a base de la creación de pólderes, consecuencia de la desecación de cientos de miles de hectáreas de marismas. O, por ejemplo, París y Londres conocieron mutaciones en el XIX que, en proporción, todavía no conoce ninguna ciudad española.

Quizá sea duro de encajar, pero nuestro venerable anciano suele ser más joven de lo que pensamos y ha estado sujeto a constantes mutaciones. Los eucaliptos, por ejemplo, han cambiado de forma determinante el paisaje gallego en muchas zonas en las últimas décadas, y sobra gente que critique su plantación. Sin embargo, yo soy más joven que los eucaliptos y los pinos que ahora inundan Galicia, y por ello me sensibilicé mucho menos a ese respecto.

Sabemos por sentido común que lo que hoy no es “autóctono” en nuestro paisaje, sí lo será dentro de uno o dos siglos, como ya lo son las terrazas de la Ribeira Sacra o ese curioso perfil que da a nuestros campos el minifundio. Las generaciones, en general, consiguen asimilar lo que no asimilaron sus padres, por duros y vertiginosos que sean estos cambios.
Y no podemos asegurar que dentro de dos mil años Marina d’Or no sea una zona arqueológica de máximo interés.

Pero lo que tengo claro es que no es desproporcionado ni fascista defender una autoctonía o un espacio dado, cuando la única coartada para su desfiguración no se basa en el progreso ni en el bienestar general, sino en el único y privado interés de unos cuantos jerifaltes que no ven en el suelo otra cosa sino negocio.

*Fotografía: perfil de Benidorm.

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