Ayer, terrible despertar de resaca; hoy, de gripe. Casi lo mismo.
El alcohol o la fiebre me provocan un sueño parecido, conturbado y desagradable. En la cama, la cabeza me da vueltas, produciendo sin cesar imágenes quiméricas, extraños razonamientos que, en el momento, parecen tener sentido. Son delirios, fantasmas que se aparecen entre el sueño y la vigilia, y no importa el rostro con el que se muestren, pues es su insistencia y su falsedad la que causa espanto.
La diferencia entre los sueños y los delirios es que en los primeros estoy dormido, son una corriente que riega mi conciencia cuando está quieta, y va suturando sus heridas. Los sueños son voces que me cuentan algo, que fluyen como la sangre por las venas. Por el contrario, los delirios me anegan la conciencia, la obstruyen y ciegan, la arrasan, como una riada, llevándose todo a su paso, desbordando en la vigilia. Y no me dicen nada, gritan una y otra vez una palabra inventada, hasta el punto de hacerla parecer real.
El sueño pone en orden el caos de la vida. Cuando lo veo todo patas arriba, soñar suele reponerme de la confusión. Las cosas parecen un poco más claras cuando me despierto. Pero el delirio me provoca todo lo contrario, hace de lo que estaba bien un yermo de desorden, de árboles caídos. Y sólo estando muy despierto, dejando que avance el día, puedo restituir un poco la armonía perdida y recomponerme.
La confusión no es una cualidad propia del mundo que nos rodea, sólo un reflejo del estado de nuestra alma. La mayoría de las veces que nos encontramos mal, no es necesario cambiar nada ahí fuera; basta tal vez con un poco de música, con mirar un poco por la ventanilla del autobús, y recrearse en la intensidad del verde de la hierba, en las luces que vienen, y se van. Entonces, me despierto, y penas y alegrías vuelven a ocupar el lugar que les corresponde en la estantería de la mente: nada ha cambiado, pero todo vuelve a estar en su sitio.
Imagen: Johann Heinrich Füssli, La pesadilla
27 de outubro de 2007
El desorden
14 de outubro de 2007
Tormenta
No se puede dormir. Con la impaciencia, no se puede dormir. No se puede dormir en las grandes ocasiones. Se avecina tormenta. Salto de la cama y subo a cubierta, cuando todos todavía duermen. Y el viento me golpea la cara. El sonido informe, cavernario del trueno ronca desde los abismos del mar y las aguas se encrespan, y las nubes se enredan en una vorágine.
No hay confianza posible. El amor es una escurridiza liebre, y no conviene pararse a razonar con ella la situación. Es necesario ser lo más malvado posible. Callarse los pensamientos. Construir una muralla contra la verdad, pues la verdad es destructiva. El mejor polvo es siempre aquél que procede del engaño; aquél que nadie conoce ni juzga, ni siquiera uno mismo. Que se materializa en silencio, de espaldas al mundo.
Imagen: El barco, Salvador Dalí