El sol se presentaba siempre a las cinco en punto de la tarde, entraba por la reja con sus largas serpentinas doradas y dulcemente iba derramándose en el oscuro rincón de Lucía, proyectando sobre las paredes, como un cinematógrafo, la maravillosa danza del polvo flotante.
A la esperada hora de salir al patio, el sol se presentaba como una fuerza liberadora que iba desenredando las frías correas del miedo, deslizándose con su cálido abrazo sobre la piel amoratada de los brazos y del cuello.
Lucía salía la última, a paso lento; cerraba los ojos, aún jóvenes, y dejaba que la luz cegadora le atravesase los párpados, como si no hubiese más, y entonces el radiante torrente se desbordaba por los rincones de su cerebro, encendía de pronto todos sus recuerdos como un árbol de navidad y el mundo se tornaba una miríada de imágenes.
En lo que duraba, el sol era el mundo entero y era la vida; pero al poco las pupilas se contraían y la vista se acostumbraba para enfocar de nuevo el ominoso edificio de la cárcel y su oscura puerta de retorno.
Imagen: abadía de Fontenay (Borgoña), vista de la nave central de la iglesia hacia el testero. Fotografía de Sacred Destinations.
19 de setembro de 2010
El sol
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