Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

14 de agosto de 2008

¿Qué es la voluntad?

La voluntad (Wille) es un concepto fundamental de la filosofía de Arthur Schopenhauer, que ha tenido una enorme repercusión en el pensamiento de los siglos XIX y XX. La voluntad hace referencia a la verdadera esencia del mundo y, por tanto, de nosotros mismos. Está presente en todo lo relativo al mundo de las pasiones, donde reina la emoción inmediata, el arrebato inconsciente, el placer, el dolor, el miedo… Pero no se trata de una parte integrante de los actos de los hombres, sino de una pulsión hacia la vida que rige todos y cada uno de los movimientos del universo. De este modo, la voluntad estaría tras la evolución de las especies, y también tras la leve brisa que agita la hierba.

La voluntad no es inteligible en sí misma; la voluntad se siente, nos atraviesa y nos estremece, y luego nos abandona. La voluntad no puede explicarse; toda descripción que hagamos de la voluntad es siempre una sombra, una apariencia, una sugerencia (como se dirá más tarde, es representación). ¿Qué es pues la voluntad? La voluntad es el terror con que sacudimos las piernas al notar un inesperado cosquilleo, o
lo que sentimos al pincharnos con una aguja: no intelectualizamos la punzada, ni la carne, ni la aguja, simplemente tenemos acceso a la cosa sin intermediación de conceptos. El dolor y el placer se aparecen como sistema básico de la cosa en sí.

Las capacidades superiores humanas son un apéndice de la volu
ntad. Me refiero ahora a otro de los conceptos fundamentales de Schopenhauer: la representación (Vorstellung). Se trata de una construcción intelectual, que sin ser la propia realidad, intermedia la relación humana con la misma. La representación define el plano de lo que el hombre conoce; es una estructura mental que sirve para ordenar el caos del mundo exterior. Pero el orden resultante no está en el mundo, sino en la mente. Este orden se opera por medio de la aplicación al mundo de las nociones de tiempo, espacio y causalidad, lo que se conoce como el principio de razón.

Por el contrario, lo que está en el terreno de la voluntad no puede explicarse en términos de causa-efecto, porque no se intelectualiza. Nuestras preguntas nunca van al fondo de la cuestión, porque el fondo de la cuestión no tiene respuestas. ¿Por qué me duele al pincharme? Alguien dirá: porque en ese lugar posees determinadas terminaciones nerviosas. Pero eso se mantiene en el nivel de la representación, no va a la cosa en sí. ¿Por qué tiene mi cuerpo entonces en ese lugar terminaciones nerviosas? Quizá pueda abundarse: para advertir de las posibles agresiones. Podemos seguir concretando; no obstante, la representación no puede alcanzar el fondo del asunto. El sistema causal está limitado para explicar la esencia de la vida.

Aprender que hay una larga distancia entre lo que es representación y lo que es voluntad (es decir, entre lo que es pensar el mundo y lo que es participar en el mundo) puede ahorrarnos algunos disgustos en la vida. Por ejemplo, debe tenerse en cuenta que tener la razón no sirve a la socialización del sujeto; no sirve para hacer amigos, pero bien puede espantarlos. También hay quien cree que, con ponerle al ser que ama sobre la mesa la santa verdad de la vida, va a obtener correspondencia. Algunas palabras acertadas quizá pueden recibir algún el
ogio; pero el siguiente es otro día, y la voluntad va por libre.

Porque en los asuntos del deseo, tener razón no sirve para nada; seducir a alguien es entrarle por la espalda, como un navajero. Esto lo sabe cualquier animal por la calle; las cualidades intelectuales del animal son totalmente irrelevantes al objeto del sexo, al igual que al objeto de comerse una buena costilleta. La seducción es siempre oscura y mentir
osa, porque la luz la destruiría; el seductor renuncia a conocer algo de este mundo para hacer algo mucho más glorioso: fundirse con él. El seductor debe actuar: todo movimiento es voluntad, es vida; mientras que la representación es un ser solitario que se ha retirado a contemplar el mundo desde la cima de un monte. Está muerto, y nadie lo quiere.

Ésta podría ser una forma ilustrativa de explicar la voluntad: la voluntad es el placer de acostarse con un completo hijo de puta, circunstancia difícil de ser interpretada desde el principio d
e razón. ¿Por qué lo hiciste? Porque me apetecía. Ya, ¿pero por qué te apetecía? No hay respuesta en el mundo que aplaque las preguntas. Lo sabemos bien, porque de la misma forma nos seducen a nosotros: constantemente la vileza nos conquista la vista. Pese a representársenos como la más absoluta mentira, humilla nuestra inteligencia al hacernos estremecer de deseo. Y preguntamos, ¿por qué? La biología, respondería alguno, la selección natural. Ya, pero, ¿por qué?

Imagen: Salvador Dalí, El enigma del deseo (1929). La noción de inconsciente, inaugurada por Sigmund Freud, constituye una revisión de la noción de voluntad de Schopenhauer. Así, el mundo de los sueños, caracterizado por ofrecer un nivel bajo de relaciones espaciotemporales y causales, se convierte para los surrealistas en terreno propicio para rastrear los impulsos esenciales de la existencia individual.

8 de agosto de 2008

Conciencias (II)

"La conciencia individual se aparecía bruscamente, sin motivo aparente, en mitad de las razas animales; no cabía duda de que precedía ampliamente al lenguaje. Con su finalismo inconsciente, los darwinianos hacían hincapié, como de costumbre, en las hipotéticas ventajas selectivas relacionadas con su aparición, y como de costumbre eso no explicaba nada, era sólo una amable reconstrucción mítica; pero el principio antrópico no era más convincente. El mundo se había regalado un ojo capaz de contemplarlo, un cerebro capaz de comprenderlo; sí, ¿y qué? (...)"

Michel Houellebecq, Las partículas elementales.


Artículos relacionados:
Conciencias