Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

23 de xuño de 2009

La otra orilla

Yo os bautizo en agua para que os arrepintáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y yo no soy digno de descalzarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
(Mateo, 3, 11)
La noche de San Juan es otra fecha apropiada para una entrada meta-blog, en la medida en que, cambiando el agua por el fuego, supone un ritual de muerte y renacimiento. Las hogueras son también un limbo donde las cosas viejas arden y se convierten en ceniza, como una forma de anunciar que lo que vendrá después será nuevo y tendrá las energías renovadas.

La vieja tradición pagana celebra en el solsticio de verano que las cosas siempre vuelven al principio, que la vida siempre se reencarna y empieza otra vez. El hombre, en comunión con los ciclos naturales, celebra su inmortalidad; celebra el calor de la sangre como fuerza generadora que trasciende la propia existencia individual.

El cristianismo recoge la misma idea de la regeneración, pero despojada del sentido de fecundidad. Por eso, no es casual que el cristianismo haya q
uerido neutralizar la dimensión orgánica del sosticio de verano con la festividad del Bautista, que representa un rito de purificación moral y, en definitiva, la resurreción del hombre en el seno de la Iglesia.

En un nivel popular, lo cristiano y lo pagano no se oponen. A
gua y fuego se complementan como las dos caras de una misma moneda, y simbolizan esencialmente lo mismo. Ambos son el instrumento de múltiples ritos de pasaje que suponen el retorno del ser a las fuentes originales de la vida. Lo mismo que hay mundos opuestos en ambos extremos del agujero de un árbol o de una piedra, la inmersión del bautismo o el salto de la hoguera son un túnel del que se sale fortalecido.

En Portugal, las alcachofas de San Juan se quemaban y replantaban con la esperanza de verlas florecidas al día siguiente, como prueba de amor correspondido. De forma parecida, esta agua oscura, tan terrible como un incendio, tiene propiedades pur
gantes, porque a través de ella toda pertenencia es devorada y asimilada al gran músculo del río, y en la otra orilla todo vuelve al principio.

Imagen: Jonás arrojado al mar (s. IV), catacumbas de los Santos Pedro y Marcelino, Roma.

9 de xuño de 2009

El enlace roto

Normalmente es fácil atar a alguien que te interesa a través de un número de teléfono, una dirección electrónica, o una cuenta de Facebook. Cuando alguien está interesado por otra persona, normalmente busca agenciarse lo antes posible alguna de estas puertas de enlace y, a partir de ahí, trabaja en forjar un interés personal recíproco.

Parece que, desde que tenemos abierta una de estas puertas de enlace, todo es más fácil. Ya no hay que luchar contra el espacio y el tiempo buscando la ocasión para conquistar el corazón de quien nos gusta. Ya no hay que esperar en la fuente, o buscar entre la gente de la fiesta. Visto este escenario, el manido cliché del amante que espera toda su vida ha perdido el sentido. Si alguien no viene, basta con llamarlo para librarse de toda incertidumbre.

A través del sistema de puertas de enlace, la comunicación se ve condicionada por un canal anodino, cuyo caudal de información es tan elevado que merma la significatividad de cada intercambio. Creo que muchas veces queda aplacado el interés por la otra persona en el momento en que la comunicación queda asegurada a través de una dirección electrónica, y nada apremia a aprovechar una milagrosa coincidencia física.

Por eso me parece divertido conocer a una persona que me gusta, y a la que quizá le guste, pero con la cual no se han dado las circunstancias adecuadas para efectuar un intercambio de puertas de enlace. Cuando esta situación se prolonga en días diferentes e inesperados, la cosa cobra importancia, y cada ocasión adquiere una apariencia extraordinaria. Entonces voy a buscar a esta persona a la fuente, por si acaso apareciera; o la busco entre la multitud, con la plena convicción de que si me viera, aunque nunca me hubiese dicho nada al respecto, estallaría loca de alegría.

Imagen: Andrea Alciato, Emblemas. La Ocasión, ilustración del emblema CXXI, Leiden (1591).