Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

25 de setembro de 2007

Nocturno

Hoy ha venido alguien. Es una sombra que está en la orilla, sentada en la arena. No sé qué quiere, qué ha venido a hacer aquí. La miro sin pudor, porque no puede verme. Contempla hipnotizada los destellos del río, mientras el borde de su falda flota en él. Me cuelo por ahí. Me infiltro en el tejido y asciendo lentamente, como una marea, sembrando humedad. Y voy con mi aliento acariciando sus piernas, estrechando su cintura entre mis brazos. Mientras, los sapos cantan.

Imagen: El cíclope, Odilon Redon.

16 de setembro de 2007

La ventana



Llevo diecisiete años mirando por la misma ventana, la ventana de mi habitación. Es una vista amplia, despejada, abierta a un extenso patio de manzana atravesado por las uralitas de naves bajas y almacenes. Se corta en una pared de viviendas, un muro irregular, lleno de galerías, con su color blanco envejecido cayéndose a pedazos. Más allá, el perfil de Lugo, con sus tejados grises y azulados, amontonados con sus diferentes formas y texturas, en un abigarramiento bien parecido al de un burgo medieval, y coronados en la distancia por las dos torres de la catedral.

En los días despejados, la vista llega más lejos. En el lado derecho, se abre la campiña, con densas arboledas verdes, con sus campos acostados como un cojín lleno de remiendos, y en el horizonte el monte de Páramo. A la izquierda del cuadro, en cambio, se ven montañas más borrosas, más solemnes, azules en verano, blancas en invierno: son los Ancares y las montañas de León, y por allí sale el sol cada mañana.

Fuera de que sea una vista de ventana (quizá más amplia de lo que la gente suele padecer en las ciudades), como paisaje podría ser para cualquiera anodino y vulgar; una perspectiva urbana chapucera, desordenada y hasta pobre. Sin embargo, pasados los años, yo lo siento como un lugar amable y familiar, donde la vista descansa, donde todo permanece en orden, equilibrado en sus espacios y en sus tiempos. Es un semblante sugestivo, sólido pero emocionalmente vivo, que evoca el hogar y la intimidad de los escondites. Un pacífico mar interior que bulle como un todo autónomo, y donde desemboca como un eco la respiración urbana.

No se trata de una cuestión estética, sino de afecto. Y el afecto es siempre una cuestión de tiempo. Nuestra propia identidad se desarrolla en paralelo a los afectos que crecen o mueren en nosotros. Así, la palabra paisaje no hace referencia a una realidad técnica, de tipo geológico, sino a una construcción cultural, a una manifestación de la identidad humana con profundas implicaciones emocionales. El paisaje nos ubica, acota nuestro hogar. De hecho, se ha vinculado el sentimiento de desarraigo y la deslocalización que padecen determinadas sociedades con aspectos como el sprawl o la rapidez de los procesos urbanizadores.

Hay un efecto conocido de especial impacto. Le llaman síndrome de Rip van Winkle, y hace referencia a esos despertares, muy recurridos en el cine, de quienes se han pasado muchos años en coma. En el caso del paisaje, se aplica a esa extraña y a veces dolorosa sensación de regresar, tras un tiempo ausente, a un lugar querido que aparece desfigurado. Es justo ésta la forma en que mueren los paisajes.

Los paisajes, como todo, también mueren. La diferencia es que ahora lo hacen de repente, y no como consecuencia de milenarios procesos geológicos. Antes se entendían las peñas, los valles, como construcciones para la eternidad, que de alguna manera estaban ahí porque así debía ser. Ahora en cambio, todo puede cambiarse de sitio o, en un descuido, romperse. El paisaje es un enorme armario cargado de figuritas de porcelana: cada día que pasa sin que se rompan, parece un milagro.

8 de setembro de 2007

Agua del Lete

Desde hace tiempo, tenía pendiente escribir algo sobre el título que lleva este blog y, por extensión, sobre la idea que yo mismo tengo de este espacio, sobre su origen y su finalidad. Ahora que va a cumplir un año, me parece que podría aprovechar para decir algo, y para recordar de paso cómo fue el principio.

El Lete, o Leteo, es un río de la mitología griega, uno de los cinco que atraviesan el Hades. Beber de sus aguas provoca el olvido. Precisamente 'lethe' significa 'olvido' u 'oculto' en griego, mientras que la 'verdad' es la 'aletheia' (literalmente 'no-olvidadizo'). Algunas versiones cuentan que el Lete era el río del que bebían las almas antes de reencarnarse, para olvidar así su vida pasada.

'En la orilla del Lete', por tanto, se refiere a la proximidad del olvido, donde inevitablemente se mezclan las connotaciones de caducidad y muerte. Abierto queda si es una estancia forzosa, no deseada, o si se trata de un impulso primario indefinible, una pulsión casi pasional hacia la muerte, hacia la autodestrucción.

Este título es consecuencia de una decisión apresurada. Por eso me he sentido un poco incómodo con él en algunas ocasiones. Lo elegí para presidir una serie de entradas de perfil literario (principalmente extractos de otros autores) escritas en un fotolog. Trataba
de hacer un refugio ocasional de la conciencia, con un tono casi privado, y de hecho pasó tiempo hasta que publicité el enlace.

No tardé mucho en aburrirme de Fotolog, dada su escasa calidad formal y su orientación coloquial, enfocado primariamente a las relaciones sociales (cosa que me parece respetable, pero que no se ajusta al perfil de este blog). Blogger, como solución flexible y elegante, con infinidad de posibilidades, me pareció apropiado par
a continuar escribiendo. Y seguí haciéndolo, aunque con altibajos, bajo el mismo título.

Pero, ¿escribir lo qué? Bueno, no lo sé muy bien. Escribir lo que surja sobre la marcha, independientemente del perfil de los visitantes, siempre con un marcado tono subjetivo y, en intención, poético. De entre los tipos de blogs que normalmente se tipifican, éste es, con sus matices, un blog personal. Ya no porque su protagonista sea yo mismo, al menos en términos literarios, sino porque su propia escritura es un fin en sí mismo. Es decir, cualquier palabra dicha ha cumplido para mí plenamente su función, al margen de que no haya sido leída por nadie.

Lo que es este blog tiene que ver con lo que es el Lete: un lugar oculto, como los cavernarios salones de la pintura del paleolítico, como los esotéricos signos de los grafiteros, antes marcas territoriales, sacros emblemas protectores, que herramientas de comunicación. En la orilla del Lete, la palabra se basta en sí misma, porque se dice a escondidas, se susurra. Es un vestigio, un fósil en una tierra de nadie, en un limbo cementerial. Es ese pensamiento fugaz, esa visión total que se tiene antes de morir, y que persiste mezclada con el polvo de la ribera. Una recapitulación vital que sirve para seguir viviendo, para reencarnarse. El Lete es agua de muerte y de vida.

*Imagen: botella de agua de Lete. No es una broma. Hace unas semanas estuve en Italia, donde embotellan un agua mineral con este sello.