Estuve toda la tarde mirando por la borda. El espectáculo era maravilloso. En todas direcciones, el océano inmenso, con la ronca y sutil respiración de un durmiente, hinchaba y menguaba con solemne parsimonia su pecho de áspero pelaje, y las sombras de las subes lo surcaban como las vetas el mármol. Mientras tanto, nuestro velero avanzaba furioso, los lienzos blancos rugiendo llenos de aire, las sogas tensas, las relucientes banderas centelleando avante, todo arropado de empavesadas de plata, de nupciales velos de gasa. Y allí, en el costado de roble, grande y arrogante: F.O.R.T.U.N.A.
No hay ni habrá momento más feliz. Pues el detalle más insignificante es ante mis ojos como la escama palpitante de una gran criatura universal. A mi alrededor, la materia constituye una aparición prodigiosa, espectacular, que obedece a algún propósito sobrenatural. Las olas, las nubes, el gemido de los maderos, toman ante mí dimensiones épicas. Pero sin mí no serían nada, y fenecen apenas aparto la vista. Pues yo soy su dueño, y yo soy, obviamente, Dios, como espectador original, único y milagroso.
Paseo a orillas del mar, Joaquín Sorolla
27 de xaneiro de 2007
Fortuna
Publicado por Agurdión ás 11:13 0 comentarios
Categorías: emblemas sueltos, una historia en el océano
19 de xaneiro de 2007
Elogio de los sentidos
Nos hicimos al mar una tarde, cerca de primavera. Soplaba alegre el viento, henchía las velas y empujaba las nubes, que nos adelantaban largas y estiradas como serpentinas. Yo era pura admiración de todo lo que había a mi alrededor. No tenía pensamiento ni recuerdo alguno, nada que naciese en mi interior. Pues toda felicidad venía de fuera, toda felicidad era pura impresión, y sólo existían los sentidos. La luz fulgurante, de oro, de plata, que traspasaba el alma; el rumor del espumoso latido; la caricia de la brisa cargada de húmedas centellas; el olor marino...
Apenas recuperé el aliento, miré atrás, a la tierra que habíamos dejado. Pero ya nada quedaba de ella, todo era océano alrededor. No supimos más del lugar del que veníamos; lo habíamos olvidado todo. Decidimos no preocuparnos por eso entonces. Por delante, quedaba un mar inmenso que atravesar, y se anunciaba un viaje largo. Me acomodé entonces en la estrenada fuerza. Se columpiaba la nave sobre el mar, saltaba como un pez volador, hendiendo las olas, ya lanzándose hacia arriba, ya cayendo con estruendo en un torbellino de espuma.
Imagen: Mar encrespada en un muelle, Jacob von Ruisdael
3 de xaneiro de 2007
La imagen en las nubes
«A veces vemos una nube que es dragónica,
un vapor a veces como un oso o un león,
una ciudadela torreada, una roca pendiente,
una montaña bífida, o un promontorio azul
con árboles que cabecean hacia el mundo
y burlan con aire nuestros ojos.»
Shakespeare, Antonio y Cleopatra. (tomado de E. Gombrich, Arte e Ilusión)