A mediodía, el viento ha cesado y el mar se ha quedado totalmente quieto. Fortuna se ha detenido en el medio del océano, con sus velas decaídas, inertes, paralizadas como los velos de una momia. El sol, arriba, justo sobre nuestras cabezas, cayendo como un vómito de fuego. Y nada alrededor, ni una nube, ni una veta de espuma.
Nunca había fallado el viento, hasta hoy. El mundo se ha quedado en suspenso porque falta algo que era nuestro, algo que había estado con nosotros desde el principio, algo que durante años no se había ausentado un solo instante, y que era parte sustancial de nuestra misma vida.
El silencio es cavernario, la quietud mortal. Y ahora, por primera vez, tenemos miedo.
Imagen: Mark Rothko, Nº9, 1958.
30 de marzo de 2007
En suspenso
24 de marzo de 2007
Otoño
Otro día. Igual. La rutina es una protección contra el cambio. Este mar, este cielo, se pierden tan lejos en el tiempo que uno tiene la sospecha de que sean perpetuos.
Nadie dice nada.
Echo otra carta por la borda,
y sube atolondrada, como una mariposa,
y se va revoloteando con el viento, confundida en una manga larguísima de hojas secas.
Publicado por Agurdión ás 02:31 0 comentarios
Categorías: las cuatro estaciones, una historia en el océano
11 de marzo de 2007
Espiral de silencio
Las dos últimas películas que ha dirigido Clint Eastwood, Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, recrean el sofisticado aparato de mentiras que necesitan los Estados para poder sostener una guerra, de lo que conocemos incontables ejemplos. La victoria física sobre otro es sólo eso, y no un correlato de verdad o justicia alguna; no obstante, la renuncia a la defensa física sigue resultando ridícula a ojos de muchos, como propia de cobardes y achicados.
La violencia se ha demostrado tantas veces como fuente de beneficio, que pocos son los que renuncian a medrar por medio del aplastamiento. Y mientras se siga aceptando como método de implantar una verdad, mientras haya quien la justifique contra otros o contra sus privilegios, habrá quien no renuncie a la guerra, y le llamará legítima defensa.
No hay victoria limpia, en ningún caso. El mínimo grado de violencia requiere siempre una parte proporcional de infamia. Por desgracia, si queremos vivir, parecemos obligados a ella, pues quien pretende defenderse de una agresión inmediata con la sola ayuda de buenas palabras puede acabar aniquilado, y entonces no hay otra verdad que valga.
Ganar una guerra es el aplastamiento del rival. Pero para ello hay que movilizar a miles de personas a favor de una determinada causa. Por eso, ganar una guerra es también el éxito de todo un conjunto de estrategias persuasivas o, cuando menos, coactivas. Lo que las dos películas de Eastwood consiguen es ponerlas en evidencia, llevarlas al extremo del ridículo, subrayar la falsedad que subliminalmente aflora en expresiones tan solemnes como las “banderas” o los “códigos de honor”.
Cartas desde Iwo Jima se plantea desde el principio como la lucha del deseo de vivir contra la implacable obligación de "vencer o morir". El terrible peso de lo socialmente aceptado contra el individualismo hereje. El balance resulta desolador: el suicidio, el honroso final pagano, se ejecuta en un ataque de terror, de forma completamente alocada, entre dudas y convulsiones. Como falta la convicción, sólo queda cerrar los ojos y no pensar. De fondo, quizá el recuerdo de los antiguos samuráis sirve de fundamento intelectual para un acto estratégicamente absurdo y condenado al ridículo histórico. Pero desde fuera la impresión es sencilla: es terrible suicidarse cuando no se quiere vivir, pero más aún lo es cuando se ama la vida.
No he visto el suicidio tan ridiculizado como en Cartas desde Iwo Jima. Los nazis, con todo, lo habían asumido como una decisión personal en El hundimiento. Por el contrario, en Mar adentro el suicidio adquiere un extremo de dignidad, en mi opinión, difícilmente superable por un kamikaze desquiciado.
El hecho es que la propaganda o los códigos de hombría suelen sumirnos en una espiral de silencio donde la mínima expresión individualista, el mínimo cuestionamiento de lo que “tenemos que hacer”, nos hace desleales e indignos de nuestros compañeros. Ante semejante responsabilidad, muchos son los que prefieren acatar las órdenes sin pensar. Al menos así, creen, habrán colaborado con el bien común.
Imágenes: Arriba, fotografía original del alzamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima; abajo, fotografía de Cartas desde Iwo Jima, donde un soldado japonés insta a otro a que cumpla las órdenes de suicidarse.
4 de marzo de 2007
Vientos
Poco importa la bonanza de los tiempos. Siempre hay algo mejor que recordar.
La melancolía es la pena de los días de sol y de los mares tranquilos. Es la tristeza de los marineros que dormitan en cubierta, atisbando en la apacible brisa la llegada de la primavera. Y apenas aprieta el trabajo, apenas zumba el trueno, las añoranzas se evaporan.
En el mar no hay flores. Pero lo surca un viento peregrino que recorre el mundo y que cada año vuelve a visitarnos cargado de esencias.
Imagen: Melancolía, Edvard Munch