Se puede mirar al enemigo sin temor cuando no lo observas directamente, cuando te ocultas tras un cristal que sus ojos no pueden atravesar. Le puedes brindar una mirada atrevida y descarada, una mirada sin la más mínima vergüenza, recorriendo lentamente cada centímetro de su piel. Una mirada indiscreta, llena de odio y de francos prejuicios.
Así pude mirar a aquella chica. No se subió al tren como una más. Contonéandose, se escurrió por entre los asientos, ondeando paños y cabellos, taconeando sobre el pasillo con aquellas botas afiladas, ceñidas como un guante a las coyunturas de hueso. Llegó articulada como espinazo serpentino, blanda como caucho, recia como chapa de acero. Y se sentó justo delante de mi asiento. Despedía un olor fortísimo a fresa, y mascaba chicle ruidosamente, inundándome la nariz de recuerdos que me enfurecían.
Al poco rato de trayecto advertí que se la veía perfectamente reflejada en la ventanilla, y que yo la podía mirar directamente sin que nadie lo advirtiese. Podía escrutar cada centímetro de su piel; tenía tiempo y tiempo para conocer cada uno de sus poros. Era una piel perfecta, sin una sola marca, sin un solo rasguño, sin una sola vena, sin una sola gota de sangre. Y, sin embargo, palpitaba allí detrás, vertiginosamente, con su olor y con su chiche.
Miré fijamente su garganta larga, suave, su correoso cuello, cuyo perfil, atravesado por el sol, revelaba una minúscula pátina de terciopelo. Me entraron unas ganas insoportables de recorrerlo con mi boca, de verlo convulsionarse entre suspiros. Pero siquiera el aire se atrevía, y electrizado se replegaba para no mancharlo.
Llegué con mi desfachatez a sus hombros desnudos, arrebujados en la pulida carne, en aquella piel misteriosa. La fiebre que allí bullía lo hacía por propia inercia natural, como desconectada de toda conciencia, de toda voluntad humana. Ya no podía verla sino desnuda, toda ella era una desnudez escandalosa, era todo carne, todo terciopelo palpitante, todo pornografía...
Tragó saliva. Y vi su garganta moverse, las correas tensarse, subir de golpe y luego declinar lentamente arrastrando el jugo de fresa. Comprendí entonces que mi juicio era cruel e inhumano. Pues su luz era débil. En verdad, ella era madera frágil y volátil. El aire, que parecía retirarse asustado al tocar su piel, estaba en realidad alimentando sus poros, igual que alimenta las llamas que devoran la leña. El aire la mantenía con vida al tiempo que la iba consumiendo poco a poco, haciéndola chispear como una bengala.
Imagen: Gustave Moreau, Júpiter y Semele
14 de outubro de 2006
Molinos: viceversa
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2 comentarios:
Hola Juanciño. Sí, tenemos que tomarnos unas cañitas,eh? Yo estoy un poco liadilla con el curro, las clases de foto y el cap así que está algo difícil pero este sábado me quedo a un concierto. Si te quedas tú también nos las tomamos y, si no, buscamos otro día. Biquiños mil. Paula.
como lo sabes juanes XD
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