Al nacer, todos somos iguales. Verdaderamente, es poético el parecido entre dos bebés. La experiencia acumulada por uno y otro es, en ese punto de la vida, casi calcada. Al margen de unos cuantas diferencias de apariencia física y de salud, no hay mérito o demérito achacable a uno o a otro.
Los dos se presentan con una misma categoría moral, que es nula. Y tantean con la misma torpeza el mundo que les rodea, libres de la mirada de los jueces. Ambos se observan y se tocan en impecable simetría. Cada uno ocupa con su cuerpo un lugar en el espacio, pero no hay nada que ponga a uno por encima del otro. En esencia, son el mismo ser, la misma persona, aunque materializadas de forma distinta.
¿En qué momento deja esto de ser así? ¿Qué misterioso proceso trastoca el noble empate? ¿Qué despiadada ley permite que luego, con el tiempo, uno pase por encima del otro y se sienta orgulloso por ello? ¿Cuándo aprende el triunfador a esgrimir que las virtudes y miserias humanas resultan de una decisión libre y concienzuda? ¿De qué manera se infiltra en la joven mente el insolente oficio de juez?
21 de outubro de 2006
Al nacer
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2 comentarios:
los humanos como las plantas dependen del suelo en elque crecen para adoptar diferentes formas
Busto (hoy te firmo)
Así lo creo...
... pero, por suerte o desgracia, juzgamos antes a un hombre que a un rosal... La teoría, tan justa, tan abstracta, es inútil para las relaciones sociales.
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