Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

20 de novembro de 2008

Lugares comunes

Recuerdo un día de verano en que había ido a bañarme a aquel pedregal del río. Yo estaba dentro de un Seat León aparcado en la cuneta. A través del parabrisas, me había quedado mirando a otro León aparcado justo delante. Estaba enfrentado a mí, con sus acharoladas líneas de fuerza, con su simétrica mirada de esfinge. Cara a cara, uno y otro coche parecían representar cierto parentesco entre sus dueños. Conformaban una imagen heráldica, perfecta, que parecía remitir a esas formas comunes a todos los hombres, a esas visiones esenciales de la vida, que preexisten a los sentidos y que no caducan.

Obviamente, era una ilusión. Si en algún luga
r existen estas formas preexistentes, el último donde las encontraremos es en el mundo del diseño industrial. Porque es un mundo fabricado esencialmente con fecha de caducidad, o para tener fecha de caducidad, la cual se calcula con extrema precisión para garantizar la reproducción del mercado. La imagen del tráfico rodado, vegetación urbana por antonomasia, cambia en ciclos de pocos años que volatilizan el paisaje. Paradójicamente, los diseños industriales se nos aparecen constantemente como formas definitivas, como descubrimientos que presumen de trascender la historia. Para muchos consumidores, los concesionarios son depositarios del progreso científico y las radiofórmulas lo son de la vanguardia musical. Muchos piensan que viven un momento histórico maravilloso, que cada nuevo gadget hace palidecer el descubrimiento del fuego.

Pero ahí fuera del coche hay un mundo inmenso que pervive lleno de serenidad y belleza, tal cual existía hace mil años. A mí me interesan las formas duraderas, las imágenes compartidas con gentes de otro tiempo, sobre las cuales seguramente pensaron cosas similares a las que yo pienso. No el mundo de lo hipercodificado, que se comercializa con significados cerrados y atados. Sino las imágenes abiertas del mundo real, las que han espoleado desde siempre la imaginación de los hombres: los árboles, las nubes, un campanario recortado sobre el cielo de la ciudad, contemplado por las generaciones durante cientos de años.


Nuestra cabina espacial es un telón multicolor que nubla la verda
dera materia de la vida. Vivimos rodeados de una constelación de artefactos cuya existencia es efímera, y que no obstante dotamos de una dimensión universal. Por momentos, se nos invita a creer en el presente como un estado absoluto, definitorio de la esencia humana. Pero imagino algún lugar remoto de la historia: algún lugar de la Creta minoica, o del reino lombardo. Cualquiera que desde allí nos viese estaría convencido de que no somos humanos. Sin embargo, seguimos siéndolo porque, en lo esencial, el mundo es el mismo: las estrellas que miramos son las mismas, literalmente las mismas.

Imagen: Guarino Guarini. Cúpula de la capilla del Santo Sudario (1667-90), en la catedral de Turín.

1 comentarios:

Unknown dixo...

Ya no queda nada duradero. Porque todo lo consumimos antes de que se estropee o resulte anticuado: la música, la comida, la ropa... hasta las amistades y los amores.

Me puedo inscribir en una de esos cientos de páginas para conocer gente "y lo que surja". Me describo y exigo un perfil para mi acompañante. Es como poner un anuncio "estoy buscando pareja/amigos. Interesados manden currículum, se valorará experiencia". Es como ir al super y comprarte el yogurt más barato: el que menos te cueste (a nivel de esfuerzo para conocerlo, manterner amistad o conquistarlo) y más cualidades tenga.

En cuanto me canse, me aburra o el producto me decepcione, puedo cambiar de marca, total, sólo tengo que ir al súper.

Ya no queda nada duradero, porque nosotros mismos hemos sucumbido a la temporalidad como una forma de supervivencia o de encajar en lo que nos rodea.

Aquellos que no ceden ante estos reclamos, son golpeados cada vez con más contundencia...

Patri

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