En la orilla del Lete reina el mismo espíritu que en un primero de noviembre. Ése es precisamente el clima psicológico que se ha perfilado con el tiempo, la emoción que quiero recoger. Por eso, En la orilla del Lete tiene este tufillo a naftalina, el aire amanerado, caduco y chocho de las viejas historias, de los que piensan demasiado en el tiempo, de los que tienen un recuerdo enquistado y lo rumian constantemente.
Es el ánimo meditabundo con que visitamos el cementerio, la parálisis y la melancolía, que despiertan la furia de quienes ofrecen una alta reactividad a la realidad inmediata, de quienes se reinventan a cada segundo. Como en el cementerio, en este blog hay un sentido kitsch de la belleza y una poética de lo añejo, tanto como en la etiqueta de Brugal Añejo. El diseño, con sus colores pastel y su petulante cursiva inglesa, tiene algo de delicadeza impostada, repipi, como en los viejos cuadros pompier. Ya sólo el título delata a todo el blog, estirado e idiota, como esos paragüeros estampados con un cuadro rococó.
Sea de buen o de mal gusto, este blog no se plantea dejar de ser lo que es, es decir, una larga y sostenida visita al cementerio. Pero no al cementerio de la Almudena, no a un cementerio civilizado, en el peor sentido del término, sino a uno apartado y remoto, a un auténtico camposanto rodeado de silencio. Se trata de un lugar muy concreto que está en el limbo del mundo, en un anochecer perpetuo de frío y de lluvia. Es un cementerio lleno de hierbas y de hojas secas, al abrigo de una capilla con una espadaña barroca y de un gran roble que, derribado por su propio peso, se pudre desde hace años con las raíces al aire.
Esta tarde, hallé una tumba bajo la hierba al raspar un poco con el pie. La lápida era una plancha de mármol amarillento, ligeramente inclinada sobre el suelo por el paso del tiempo. Había grabada en su parte superior una cruz muy adornada, y en el centro una leve inscripción de color negro que aún permitía leer la fecha de defunción de 1919. Me conmovió estúpidamente descubrir que nadie iba a llevar flores a aquella tumba.
Tal es el espíritu de este blog, tal su insensata preocupación. No busca un estado lacrimógeno o depresivo, sino al contrario, el brillo del oro entre la hojarasca. Como el cementerio, este blog es para quien lo escribe sólo una parcela de la vida y, al tiempo, un referente vital. La esencia de las formas del mundo cementerial, particularmente cristiano, no es el dolor y el planto, sino la memoria.
Imagen: Caspar David Friedrich, Abadía en el robledal (1808-10)
1 de novembro de 2008
Día de Difuntos
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2 comentarios:
Vale, non es Barroco, Juan, es claramente Romántico. O texto de hoxe e as súas descricións poderían ilustrar perfectamente calquer manual de secundaria sobre o sentimento romántico e as súas paisaxes vitais. Por un momento volvín á aula de Lengua Castellana, aínda que con algo máis de fondura.
Un bico
Mónica
Me gusta lo que dices :La esencia de las formas del mundo cementerial, particularmente cristiano, no es el dolor y el planto, sino la memoria.
Una entrada profunda, como una sepultura. Con perdón.
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