“Impulsado únicamente por el deseo de contemplar un lugar célebre por su altitud, hoy he escalado el monte más alto de esta región, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace muchos años que estaba en mi ánimo emprender esta ascensión; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido –como ya sabes– en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre ante mis ojos.
(…)
Lo prolongado del día, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinación, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecían a los caminantes; sólo la naturaleza del lugar suponía un obstáculo. En una loma de la montaña nos topamos con un anciano pastor que trató de disuadirnos por todos los medios y con abundantes razones de que continuáramos el ascenso, relatándonos como cincuenta años antes, empujado del mismo ardor juvenil, había ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga, el cuerpo y las ropas desgarrados por las rocas y los matorrales; tampoco sabía de nadie que antes o después de aquella vez hubiera osado hacer otro tanto.
(…)
Alterado por cierta insólita ligereza del aire y por el escenario sin límites, permanecí como privado de sentido. Miré en torno de mí: las nubes estaban bajo mis pies y ya me parecían menos increíbles el Atos y el Olimpo mientras observaba desde una montaña de menor fama lo que había leído y escuchado acerca de ellos. Después dirigí mi mirada hacia las regiones de Italia, a donde se inclina más mi ánimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a través de los cuales aquel fiero enemigo del nombre de Roma pasó, resquebrajando la roca con vinagre, si hemos de creer la leyenda, parecían estar cerca de mí, cuando, sin embargo, distaban un gran trecho de donde yo me encontraba.
(…)
Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los aspectos terrenales un momento, para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi espíritu a regiones superiores, se me ocurrió consultar el libro de las Confesiones de Agustín (…) En lo primero donde se detuvieron mis ojos estaba escrito: “Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos”. (…)”
[Francesco Petrarca, epístola que narra la subida al Monte Ventoso (1353), en Rerum familiarum libri, IV, 1.]
*Imagen: cumbre del monte al que se refiere el autor, conocido como Mont Ventoux, en el sur de Francia. Con casi 2.000 metros de altura, es una montaña aislada y árida, popular por ser paso ocasional del Tour de Francia.
5 de decembro de 2006
Puntos de vista (III)
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