Los pocos días que viví, pasé por el mundo como una sombra voladora. Los pasé en un bosque de noche perpetua, con unas gentes oscuras que se alimentaban de las estrellas y del fuego. Retoños de la tiniebla que habían encontrado el aire tras largo deambular por los caminos interminables del inframundo, un buen día, por gracia del dios Thal.
El escaso tiempo en que encontré aire para respirar, estuve de espaldas al sol y, allí, tendido en mi sombra sobre la tierra, vi que en verdad estaba vivo. Que Thal me contemplaba antes de recogerme en su seno. Que podía conversar con Él en los abismos de las cavernas. Que un día el mundo había surgido de la nada por su voluntad bondadosa. Y que los hombres vivían eternamente, tenidos en consideración por espectros mágicos que moraban en los cuerpos celestes.
Imagen: Hylas y las ninfas, John Waterhouse (1896).
8 de decembro de 2006
El cavernícola
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