Me voy a quitar de la cabeza lo que pudo haber sido, me lo voy a quitar de una santa vez. No porque sea poco lo perdido por el canto de un duro, por una simple lotería, sino porque se hace ya odiosa la rueda del lamento, siempre repetitiva y previsible, lógica consecuencia de los esfuerzos por entrar en el juego, de la terca insistencia por ganar a la ruleta, de la ilusa esperanza de que uno puede prever el resultado de su esfuerzo.
Los objetivos no vuelan en línea recta, exponiendo fácil e ingenuamente su cola. Se mueven de lado a lado, cruzan a toda velocidad y luego caen haciendo tirabuzones para después volver a ascender, perderse en una nube, pasar por delante mismo del sol y, de repente, colocarse estratégicamente a nuestra espalda, soplándonos en el cogote. A los objetivos hay que dispararles con inflexión, un poquito por delante del lugar que ocupan en cada momento, calculando con agilidad su posible desplazamiento.
Sin esa habilidad, cada uno de nuestros pasos llegará tarde a su destino, desembocará estúpidamente en una estación vacía, y luego llega el desconcierto y la rabia por descubrir que las cosas más grandes no las perdemos a través de grandes decisiones equivocadas, sino de minúsculos despistes, ridículos olvidos y omisiones inexplicables. Por lo tanto, hay que poner fin a esa dinámica del lamento de los trenes perdidos, a esa carrera idiota por enmendar los despistes a base de grandes y fatigosísimos cálculos, y sencillamente romper con todo proyecto, con toda planificación del éxito, con toda persecución del ideal.
La mayoría de las veces decidimos sobre cosas pequeñas, anecdóticas, que no forman conjunto ni tienen un sentido de continuidad; sólo cuando las encontramos, generalmente muchos años más tarde, formando una enorme estructura unitaria y cerrada, nos damos cuenta de que no hemos decidido nada sobre el resultado final, y que para bien o para mal el desenlace de las cosas importantes viene dado y está fuera de nuestro control.
Este juego de ruleta está preparado para que ganen unos pocos a base de rentabilizar las inversiones de los que no ganan; por lo tanto, es necesario volverle la espalda a esa carrera interminable, frenética y asfixiante para fumarse la realidad tal cual viene, sin remordimientos ni ensoñaciones, sin la más mínima vergüenza, buscándose la vida como hacen los mejores: con la olímpica y emocionante improvisación de un perro, con la brillante ignorancia que escuece y desconcierta al legislador.
Foto: protestas en Grecia durante 2010. A la derecha el perro Lukánikos, alineado con los manifestantes. (AP)
31 de xullo de 2011
Lo que pudo haber sido
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