Hay montañistas que describen el mejor momento del ascenso como aquél en el que encuentran el equilibrio del dolor. Se trata, según dicen, de un delicado estado del alma que salta como un resorte al acariciar muy sutilmente el filo del agotamiento, cuidando no excederlo. A partir de ese momento, las piernas marchan solas, con ritmo imperturbable, como si se hubiese conectado un sistema energético de emergencia. Y mientras el cuerpo ejecuta su tarea, la mente parece salirse fuera hasta el punto de poderse ver uno mismo desde las alturas, formando parte insignificante de la montaña.
Fotografía por Moncho Vila, Hacia el volcán Ilinizas (Ecuador, 2010)
31 de xaneiro de 2011
Evasiva #2
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