«¿Quién, ante una casa de pisos parisién, no ha pensado nunca que era indestructible? Puede hundirla una bomba, un incendio, un terremoto, pero ¿si no? Una ciudad, una calle o una casa comparadas con un individuo, una familia o hasta una dinastía, parecen inalterables, inasequibles para el tiempo o los accidentes de la vida humana, hasta tal punto que creemos poder confrontar y oponer la fragilidad de nuestra condición a la invulnerabilidad de la piedra. Pero la misma fiebre que hizo surgir del suelo estos edificios, en Les Batignolles como en Chichy, en Ménilmontant como en La Butte-aux-Cailles, en Balard como en Le Pré-Saint-Gervais, no parará ahora hasta destruirlos.
Vendrán las empresas de derribos y sus brigadas romperán los enlucidos y los alicatados, hundirán los tabiques, doblarán los herrajes, dislocarán las vigas y los cabios, arrancarán los morrillos y los sillares: imágenes grotescas de una casa derruida, reducida a sus materias primas, cuyos montones vendrán a disputarse unos chatarreros de guantes gruesos: el plomo de las cañerías, el mármol de las chimeneas, las madera de los armazones y los entarimados, de las puertas y los zócalos, el cobre y el latón de los picadores y los grifos, los grandes espejos y el oro de sus marcos, el mármol de los fregaderos, las bañeras, el hierro forjado de la barandilla de las escaleras...
Las incansables excavadoras de los niveladores vendrán a cargar el resto: toneladas y más toneladas de cascotes y polvo.»
Traducción de Josep Escué
1 comentarios:
Hic iacet pulvis, cinis et nihil.
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