Un bosque no es un parque. A un bosque no se va a hacer relaciones sociales, ni espera uno encontrarse allí con nadie, salvo quizá con alguna ardilla que cruce por delante a toda velocidad. Es un hecho que cualquier persona que podamos encontrar en un bosque va a mirarnos con recelo, va a disgustarse de que estemos allí, al igual que cualquier animal que habite la espesura.
Los osos saben muy bien que un bosque es para la soledad y la intimidad. A veces, para la intimidad de dos. Los grupos de gente en un bosque traen siempre consecuencias nefastas. En el mejor de los casos, son un grupo de excursionistas ruidosos; otras veces, son cuadrillas de operarios, que llegan con sus máquinas para sustituir el bosque por otra cosa.
Por eso, hay que echar del bosque a los niños que tanto alborotan, y luego amurallarlo para que llegue el invierno, la estación en que están más hermosas las ramas y son más profundos los ecos, y colgar fuera un cartel que diga: "se procederá contra los intrusos".
Imagen: San Lourenzo de Trasouto (Santiago de Compostela), vista de la cerca del bosque.
23 de abril de 2010
El bosque
8 de abril de 2010
Memento mori
«¿Quién, ante una casa de pisos parisién, no ha pensado nunca que era indestructible? Puede hundirla una bomba, un incendio, un terremoto, pero ¿si no? Una ciudad, una calle o una casa comparadas con un individuo, una familia o hasta una dinastía, parecen inalterables, inasequibles para el tiempo o los accidentes de la vida humana, hasta tal punto que creemos poder confrontar y oponer la fragilidad de nuestra condición a la invulnerabilidad de la piedra. Pero la misma fiebre que hizo surgir del suelo estos edificios, en Les Batignolles como en Chichy, en Ménilmontant como en La Butte-aux-Cailles, en Balard como en Le Pré-Saint-Gervais, no parará ahora hasta destruirlos.
Vendrán las empresas de derribos y sus brigadas romperán los enlucidos y los alicatados, hundirán los tabiques, doblarán los herrajes, dislocarán las vigas y los cabios, arrancarán los morrillos y los sillares: imágenes grotescas de una casa derruida, reducida a sus materias primas, cuyos montones vendrán a disputarse unos chatarreros de guantes gruesos: el plomo de las cañerías, el mármol de las chimeneas, las madera de los armazones y los entarimados, de las puertas y los zócalos, el cobre y el latón de los picadores y los grifos, los grandes espejos y el oro de sus marcos, el mármol de los fregaderos, las bañeras, el hierro forjado de la barandilla de las escaleras...
Las incansables excavadoras de los niveladores vendrán a cargar el resto: toneladas y más toneladas de cascotes y polvo.»
Traducción de Josep Escué