«La lujuria, entendida fuera de todo concepto moral y como elemento esencial de dinamismo de la vida, es una fuerza. Para una estirpe fuerte, la lujuria, al igual que el orgullo, no es un pecado capital. Al igual que el orgullo, la lujuria es una virtud estimulante, un fuego del que se nutren las energías.
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Un ser fuerte debe realizar todas sus posibilidades carnales y espirituales. La lujuria es un tributo a los conquistadores. Tras una batalla en la que han muerto hombres, es normal que los victoriosos, seleccionados por la guerra, se vean impelidos, en la tierra conquistada, hasta el estupro para recrear la vida. Después de las batallas, los soldados aman la voluptuosidad, en la que se relajan, para renovarse, las energías en continuo asalto.
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La lujuria estimula las energías y desencadena las fuerzas. Ella empujaba implacablemente a los hombres primitivos a la victoria, por el orgullo de llevar a la mujer los trofeos de los vencidos. Ella empuja hoy a los grandes hombres de negocios que gobiernan la banca, la prensa y los tráficos internacionales a multiplicar el oro, creando núcleos, utilizando energías, exaltando a las multitudes para adornar, enriquecer y magnificar el objeto de su lujuria.
Estos hombres, sobrecargados de obligaciones pero fuertes, encuentran tiempo para la lujuria, motor principal de sus acciones y de las consiguientes reacciones que repercuten sobre una pluralidad de gentes y de mundos.
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Para los héroes, para los creadores espirituales, para los dominadores de cualquier campo, la lujuria es la exaltación magnífica de su fuerza: para todo ser, es una motivación a superarse, con el simple intento de emerger, de ser notado, de ser escogido, de ser elegido.
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¡Destruyamos las siniestras baratijas románticas, las margaritas deshojadas, los dúos bajo la luna, los falsos pudores hipócritas! Que los seres aproximados por una atracción física, en lugar de hablar exclusivamente de sus frágiles corazones, osen expresar sus deseos, las preferencias de sus cuerpos, pregustando las posibilidades de gozo o de ilusión de su futura unión carnal.
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La lujuria es una fuerza porque afina el espíritu purificando con el fuego las turbulencias de la carne. De una carne sana y fuerte, purificada por las caricias, el espíritu mana lúcido y claro. Sólo los débiles y los enfermos se engatusan y envilecen con ella.
La lujuria es una fuerza, porque mata a los débiles y exalta a los fuertes, favoreciendo la selección.
La lujuria es una fuerza, por último, porque no conduce nunca a la miseria de las cosas seguras y definitivas, prodigada por la tranquilizante sentimentalidad. La lujuria es una perpetua batalla nunca del todo ganada. Tras el triunfo pasajero, en el mismo efímero triunfo, aparece la renacida insatisfacción que, en una voluntad orgiástica, empuja al ser a abrirse, a superarse.
La lujuria es para el cuerpo lo que el ideal es para el espíritu: la magnífica quimera, eternamente abrazada y nunca capturada, la que los seres jóvenes y ávidos, de ella embriagados, persiguen sin tregua.
La lujuria es una fuerza.»
París, 11 de enero de 1913. [texto íntegro]
Imagen: Miguel Ángel, Victoria (1532-34)