“Parece que la belleza no requiere de grandes escenografías; está hecha de cosas pequeñas, y puede darse con ella de improviso, al doblar una esquina.”
La idea planteada en la anterior entrada de este blog viene a ilustrar una concepción que hoy en día, y desde hace relativamente pocos años, define la esfera del arte. Y es que creación artística y disfrute estético parecen hoy fenómenos populares, accesibles para cualquiera, e incluso recomendables. Hay dos tendencias que refrendan este planteamiento, aunque con argumentos muy distintos:
Por una parte, está la tendencia oficial y académica, que encuentra en la trayectoria de las artes recientes una democratización del hecho artístico. Para ello se basa en la tendencia transgresora, insubordinada e incluso autodestructiva que el arte desarrolla en el siglo XX, a la que la propia Academia se ha visto obligada a adaptarse. En consecuencia, lo canónico pierde vigencia en favor de lo rabiosamente innovador, y lo consensuado se devalúa frente a lo controvertido. En este escenario, al margen de su extracción social o cultural, cualquier individuo es en teoría susceptible de disfrutar en un museo, e incluso de aportar algo al arte y a su historia.
Por otra parte, está la tendencia popular. Las viejas creaciones populares viven un momento de esplendor de la mano de los medios de comunicación de masas, que las han amplificado e insuflado de resabios de la llamada ‘alta cultura’, pero asumidos como originales. Hoy es tal la influencia de estos medios, que el más pintado tiene filiaciones musicales, literarias o cinematográficas. Esto es una buena noticia, pero no puede olvidarse que el sistema es imperfecto y tiene serias disfunciones. Muchas veces barato y aparentemente fácil, el arte contemporáneo ha sido marcado popularmente con el estigma de la desconfianza, del ‘como cualquiera puede ser artista, ¿nos estarán engañando?’. Esto en el mejor de los casos. Porque buena parte de la cultura popular desprecia olímpicamente el paradigma académico, todavía dotado de un perfil aristocrático a pesar de los esfuerzos por universalizarlo.
El alcance de este fenómeno parece demostrar que el arte contemporáneo, al menos en su perfil más oficial y eminente, ha fracasado en su vocación democrática. La música contemporánea, por ejemplo, ha dejado al margen a buena parte de la sociedad, que la sigue viendo como un producto exclusivo, intelectualmente inaccesible, por lo que ha desarrollado y mantenido sus propias formas musicales aclimatadas al contexto mercantil de los medios de masas. Aquí, para muchos, se desarrolla el verdero arte.
Sin olvidar que las fronteras entre lo ‘académico’ y lo ‘popular’ no son nada evidentes, parece subsistir cierta recíproca desconfianza. En selectos niveles, las artes tienden a configurarse como escondites microcósmicos, excluyentes, donde a veces prima una búsqueda identitaria antes que estética. Bien que la cultura de masas sea efectivamente popular, bien que la Academia haya enterrado mucho de su secular clasismo, en estos territorios pervive de diferentes formas el mito del talento innato y la personalidad canonizada, mientras el arte, sustancia de la vida o protección contra ella, es único dios verdadero, código secreto para la salvación y, de paso, emblema sectario. Es en este sentido donde vuelve a tener significado la frase: ‘para el arte no vale cualquiera’.
Imagen: Piero Manzoni, Mierda de artista. Es una de las 90 latas de conserva que en 1961 el artista llenó con sus excrementos y etiquetó en varios idiomas. Cada lata fue vendida siguiendo la cotización de oro del día, para acabar en reputadas galerías de arte contemporáneo, como la parisina Georges Pompidou o el MOMA de Nueva York. Actualmente, algunas de las latas han explotado a causa de la expansión de los gases.
27 de xullo de 2007
De la belleza (II)
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1 comentarios:
Isto da merda en lata moito da que falar. O que a min me parece é que o concepto "arte" é un dos máis complicados de manexar e non só a nivel académico.
Como a consideración estética é algo subxetivo en grande medida semella un problema á hora de adscribilo a un estilo ou tendencia e etiquetalo como "bo" ou "malo".
Teremos que aplicar aquela máxima de "arte es todo aquello que la historia del arte estudia como tal"
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