Es un buen trabajo el de vigía. Lo único que debe hacerse es contemplar. Mirar el mundo alrededor encaramado en las alturas. Y no se cansa uno de ver siempre lo mismo, porque nunca es lo mismo; en cada instante que pasa, todo es nuevo.
Miro aquí y allá; no hay nada que me tape la vista. La calma es pura emoción. Me deleito en las formas y los colores del mundo, en las crestas de plata, en las vetas de espuma, una infinidad de lucecillas que se encienden y se apagan, que repican como un tambor en mis ojos. Recorro la nebulosa línea del horizonte y, con la parsimonia de un pintor, me subo por un enorme tirabuzón de nubes que se enredan en el sol, y allí se incendian, se desmigan en mil centellas, atravesadas por los furiosos rayos.
Busco en el cofín de los mares. Siempre veo una tierra, una vela, una sirena…
Imagen: Salida de la luna sobre el mar, Caspar David Friedrich
25 de febreiro de 2007
La torre
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