Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

31 de maio de 2011

La visita

«27. Monday. Travelled from Betanzos to Castillano. The roads still mountainous and rocky. We broke one of our axletrees, early in the day, which prevented us from going more than four leagues in the whole.

The house where we lodge is of stone, two stories high. We entered into the kitchen, — no floor but the ground, and no carpet but straw, trodden into mire by men, hogs, horses, mules, &c. In the middle of the kitchen was a mound, a little raised with earth and stone, upon which was a fire, with pots, kettles, skillets, &c. of the fashion of the country, about it. There was no chimney. The smoke ascended, and found no other passage than through two holes drilled through the tiles of the roof, not perpendicularly over the fire, but at angles of about forty-five degrees. On one side was a flue oven, very large, black, smoky, and sooty; on the opposite side of the fire was a cabin filled with straw, where I suppose the patron della casa, that is, the master of the house, his wife, and four children, all pigged in together. On the same floor with the kitchen was the stable; there was a door which parted the kitchen and stable, but this was always open, and the floor of the stable was covered with miry straw like the kitchen. I went into the stable, and saw it filled on both sides with mules belonging to us and several other travellers, who were obliged to put up by the rain.

The smoke filled every part of the kitchen, stable, and other parts of the house as thick as possible, so that it was very difficult to see or breathe. There was a flight of steps of stone, from the kitchen floor up into a chamber, covered with mud and straw; on the left hand, as you ascended the stairs, was a stage built up about half way from the kitchen floor to the chamber floor; on this stage was a bed of straw on which lay a fatting hog. Around the kitchen fire were arranged the man, woman, four children, all the travellers, servants, muleteers, &c. The chamber had a large quantity of Indian corn in ears, hanging over head upon sticks and pieces of slit work — perhaps an hundred bushels; in one corner was a large bin full of rape seed or colza; on the other side, another bin full of oats. In another part of the chamber lay a bushel or two of chestnuts, two frames for beds, straw beds upon them, a table in the middle. The floor had never been washed nor swept for an hundred years; smoke, soot, dirt everywhere; two windows in the chamber, that is, port-holes, without any glass; wooden doors to open and shut before the windows. Yet, amidst all these horrors, I slept better than I have done before since my arrival in Spain.»

Diario de John Adams, 27 de diciembre de 1779. Tomado de:
The works of John Adams, second president of the United States.

Boston: Little & Brown, 1851, vol. III, pp. 241-242.

16 de maio de 2011

La cerca

Al poco de llegar a nuestra nueva tierra, nos dimos cuenta de que las cosas no iban a ser tan sencillas como pintaban en un principio. En el proyecto las cosas se veían simples y fáciles de ejecutar. Montamos provisionalmente una gran tienda al pie de la roca, toda llena de cintas que ondeaban con la brisa de la tarde, y lenta e intuitivamente, sin aparejador ni canteros, comenzamos a levantar el muro oriental de la finca.

Al terminar, contemplamos satisfechos el trecho que habíamos levantado y nos fuimos a dormir. Pero a la mañana siguiente, nos encontramos con la obra extrañamente derribada y todas sus piedras esparcidas por el suelo como al principio. Un poco contrariados, volvimos a empezar fijándonos mejor en la colocación de cada mampuesto, como si desconfiásemos un poco de haberlos colocado mal la primera vez, de que nuestra mera intuición no fuese suficiente.

Al terminar, miramos aún más contentos que el día anterior el avance de la obra, y aún pensamos que haberla tenido que rehacer nos había permitido mejorarla. Pero a la mañana siguiente, nos encontramos con la misma escena que la anterior: todas las piedras desmoronadas y esparcidas por el suelo, como si un elefante se hubiese estrellado contra el muro mientras el mortero aún estaba fresco. Desconcertados, nos asomamos afuera y miramos alrededor, a lo ancho de aquel erial que dormía en la orilla del Lete, y sólo encontramos una pobre casita de tejas viejas, tendida sin abrigo en la desolada llanura. Resignados, comenzamos otra vez el trabajo, con la esperanza de que esta vez las cosas sucediesen sin inconvenientes.

Cuando por tercera vez vimos terminado un trecho de la cerca, nos sentimos aún más orgullosos que la vez anterior, pues la práctica nos había ayudado a afinar la colocación de las piedras y a mejorar nuestras habilidades para proseguir la obra. Pero a la mañana siguiente, después del necesario descanso, volvimos a encontrarnos con la cerca derruida, vencida por una misteriosa fuerza mientras el cemento aún se encontraba fraguando. Bastante disgustados, nos asomamos otra vez a la llanura para encontrar alguna pista. Y nos encontramos a una lugareña que parecía venir a nuestro encuentro: traía la advertencia de que el habitante de la casita de teja, un anciano de malas pulgas, estaba haciendo aquello porque le molestaba nuestro muro.

En aquella ocasión reconstruimos la cerca a toda prisa, sin muchos miramientos, poniendo los cascotes unos sobre otros de cualquier manera. Al caer la noche nos quedamos despiertos, agazapados a la luz de la luna tras unos arbustos, esperando que apareciese el supuesto responsable de los destrozos. Efectivamente apareció, con paso lento más por decrepitud que por sigilo, armado con un gran palo que le servía para palanquear las piedras por entre los huecos que dejaban. Una vez que echó abajo la cresta del muro, salimos de nuestro escondite y lo abordamos. Su rostro realmente se desencajó al vernos venir y pareció muerto de miedo.

Le preguntamos que por qué tiraba el muro. El viejo exclamó entonces que no era él, se sacó la gorra y la tiró al suelo, y saltó varias veces sobre ella mientras juraba repetidamente por Dios que él no había sido. Nosotros le dimos una paliza salvaje; después nos felicitamos por el avance de la obra y nos fuimos a dormir.


Foto: murallas de Constantinopla, en Estambul [fuente].