conciencia. (Del lat. conscientĭa, y este calco del gr. συνείδησις). f. Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. [...] || 4. Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto. || 5. Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.
Pero la conciencia es como muchas de las cosas que se venden en la actualidad: sin ella, no pasaría nada; pero desde que la tenemos, no sabemos renunciar a ella. Una vez nuestra, la conciencia es mucho más que estar vivo: es ser testigo de nosotros mismos. Y se convierte en nuestro bien más valioso desde que se la considera un bien exclusivo de los humanos, y se le llama alma, y se dice que es don de Dios.
Por desgracia, la conciencia se ha mostrado muchas veces como una consecuencia de la vida física, y no una causa. Y no como una entidad absoluta, sino como algo volátil, frágil y cambiante, intensa por momentos y lánguida en otros. Con un ardor distinto en cada persona y en cada segundo. La conciencia es un asunto relacionado con flujos eléctricos cerebrales, con un valor incluso medible con determinados aparatos usados en medicina, y por cuya variabilidad hay personas más difíciles de anestesiar que otras.
Por ello, si la naturaleza se ha equivocado, no ha sido sólo con nosotros, pues la conciencia parece una obligación natural. Creo que todo ser viviente necesita un cierto grado de conciencia, por ínfimo que sea. Sospecho que cualquier animal o planta se reconoce a sí mismo en alguna medida, en su dicha o en su miseria. Pero esto sólo puede significar que no somos los mejores; que no somos los hombres, y menos nosotros mismos, los predilectos de ningún dios. Y que habrá otros, seguro, que sepan mucho mejor que nosotros lo que es pertenecer al mundo.
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