Recientemente he vuelto a dedicarme a la arqueología. A la exhumación de las cosas viejas que, en sucesivos estratos, se van acumulando en casa, y de cuyo estudio puede derivarse una mejor comprensión de la vida de uno mismo.
Hay mucha gente arrebatada que, al terminar una relación sentimental, al perder a un ser querido, lo quema todo. Me la imagino arrasando la casa, como en una inspección de la Gestapo, echando a bulto en una bolsa de plástico los objetos de las mesas, los cuadros de las paredes y los libros de las estanterías. "Hay que olvidarlo", dicen, "es lo mejor".
Semejante comportamiento me parece residuo de una concepción animista del mundo material, de tal forma que un peluche no es sólo una forma de recordar a alguien, sino que ese alguien habita espiritualmente el objeto, o incluso se ha reencarnado en él. Así que, una vez deseamos que alguien desaparezca de nuestra vida, el objeto adopta una condición fantasmagórica y amenazante, y debe ser destruido.
Melancólico y replegado frente al futuro, suelo ver los objetos a mi alrededor de forma muy distinta. De no ser por las limitaciones espaciales y temporales que la vida impone, yo lo tendría todo catalogado como si fuese un historiador. El empeño que hoy ponen los poderes públicos en preservar la memoria nacional contenida en sus monumentos es conceptualmente el mismo que pongo cuando guardo una carta. Tengo la sensación de que, como si se tratase de una cámara funeraria del mundo antiguo, la redescubriré casualmente algún día cargada por fin de un significado redondo y revelador.
Los objetos no me dan miedo. Son sólo objetos, huella de algo o de alguien que pasó. En ellos se contiene una parte necesaria de la vida: la memoria. Y en ellos puede leerse, puede aprenderse, en tanto que no son sólo activos sentimentales, sino también informativos. No son sólo para el recreo estético, si es que son bellos en sus formas, o si contienen hermosas palabras; sino también un documento, una explicación, una forma de conocer y reconocer la vida, si es que nos interesa algo más que el aquí y ahora. (sigue)
Fotografía: Agurdión.
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11 de xaneiro de 2009
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8 comentarios:
Una persona cercana a mí, que cuando me mira sabe que lo que a veces muestra mi cara no es cansancio sino una máscara de nostalgia, me enseñó un poema de Elisabeth Bishop que habla de la necesidad de perder. Hasta ese momento nadie me había rebatido mi postura de aferrarme a lo mío como modo de vida. Tampoco le había dado demasiada importancia. Sin embargo, me asombro ahora de la cantidad de ideas al respecto que me atosigan en la mente, el modo de entender la relación de mi yo-adulto con lo que he sido y vivido a lo largo de toda mi vida, de lo que queda, como forma tangible, los objetos ¿es necesario desprendernos de las cosas que construyeron lo que fuimos? creo que eso es lo que Elisabeth Bishop llamaría el amor valiente. Un saludo.
Comparto contigo gran parte de tu visión en esta entrada de hoy.
No tengo necesidad de deshacerme de los recuerdos de alguien, como si estuvieran malditos. De hecho conservo cosillas que, con los ojos del tiempo transcurrido, se me antojan encantadoras.
Un abrazo
Magari: Lo cierto es que las cosas, aunque sólo sirvan al recuerdo, pueden llegar a ser un lastre. Lo mismo que los poderes públicos han de destinar ingentes cantidades de dinero para sostener el patrimonio histórico y artístico, el individuo se ve obligado a invertir el valioso tiempo de su vida en algo que está esencialmente muerto.
"¿Es necesario desprendernos de las cosas que construyeron lo que fuimos?" Yo creo que depende de los términos en que se establezca la relación con el objeto. Abraham Moles, en "El kitsch, el arte de la felicidad", diferencia siete tipos de relación entre el hombre y los objetos.
El sexto modo de relación, denominado "alienación posesiva", se define en los siguientes términos: "transforma al hombre en prisionero del cascarón de objetos que segrega a su alrededor durante toda su vida, en la intimidad de su espacio personal". Siendo éste el caso, el objeto no nos hace crecer, sino menguar. Lo ideal es poder seguir amando aquella tarde en la playa sin tener que depender de conservar un frasquito de arena.
Sin embargo, como decía en el post, hay quizá valores informativos ocultos tras el objeto, valores que podrían hacernos crecer, es decir comprendernos mejor. Sobre esto intentaré hablar un poco más otro día.
Me gustaría leer ese poema del que me hablas. Un saludo, Magari.
Mery: me alegro de verte, ¿cómo va todo? Me había hecho la idea de que disfrutas conservando los recuerdos, pero sin sacralizarlos demasido. Encuentras allí la gracia de lo delicado, lo delicioso, lo encantador; no grandes turbulencias. Conoces bien el término medio; me lo tienes que enseñar. Un abrazo!
Me parece muy interesante el concepto de “alienación posesiva”, buscaré el libro para conocer los otros seis modos de relación que seguro serán reveladores(¿alguno habrá bueno?) Investigando sobre este libro en la red me he quedado sorprendida con el concepto de colectividad que parece necesitar el término kirst (ahora me doy cuenta de que nunca lo he aplicado bien) y con el avasallamiento que pueden provocar las cosas. Por otra parte no sé si se estará dando una connotación equívoca a ese dudoso gusto decorativo que hay en muchas casas, acusando a sus dueños de una aparente necesidad de aferrarse a sus recuerdos. El poema de Elisabeth Bishop se llama Un arte. También encontré una reflexión de Baroja que me encantó, de su libro “las inquietudes de Shanti Andía”. Si te interesa, lo escribí en mi página. Un saludo!
Agurdión, estoy de acuerdo con todo lo que dices, yo iría más lejos aún, y no estoy nada de acuerdo con eso de la necesidad de perder (eso es la muerte, que la ausencia del amor, que es el Olvido, por eso los espíritus que no quieren irse de una casa y de una estancia quieren de alguna forma "tocar" los objetos que les eran queridos, que los ataban a este maravilloso mundo material). No estamos preparados para perder lo que tanto amamos, aunque nos aliene. MOles también es mentiroso, falso, no tiene razón: hay que guardarlo todo, hay que dejar toda una habitación para la ropa, como decía Carola (como hacía también); hay que ponerle una casa, si hace falta, a todos nuestros libros...
Agurdión: por estas fechas cumplo un año de mi blog y quiero agredecerte las mutuas lecturas que hemos intercambiado todo este tiempo.
Un abrazo
Como siempre, vuelvo por el blog como el Guadiana. Os diré que mañana o pasado quería añadir algo más a lo dicho sobre los objetos y su pérdida. Normalmente concuerdo bastante con Lukas y con su visión melancólica de lo que se pierde, si me permites que lo califique así. No obstante, para mí lo de la "alienación posesiva" sería una disfunción de una función, un extremo doloroso de una práctica saludable, que para mí es el leer nuestra vida en aquel rastro que vamos dejando alrededor. Por otra parte, el nivel kitsch es otro tipo de relación que no tiene que ver con todo esto, y que Moles define en el último lugar de su lista como pie para comenzar a hablar de un gusto estético muy contemporáneo, el mundo de lo que él define irónicamente como "el arte de la felicidad". El libro me parece muy interesante; lástima que haya que buscarlo en bibliotecas, porque está descatalogado. Saludos a todos!
Hola, qué bueno que tengas en cuenta lo de Baroja. No está en mi página principal sino en entradas antiguas, es la primera, "Siempre Baroja(II)". En vez de aparecer como el Guadiana te esperamos con la fuerza del Miño, un abrazo
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