Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

1 de febreiro de 2008

Teletransportes

Coger un avión es, para muchos, una gestión insípida. La confianza con que atraviesan el control de seguridad lo dice todo al respecto. No necesitan pensar en lo que hacen; pueden ocupar su cabeza en sus negocios. Entretanto, se dejan ir por el carril, tan maquinales como despreocupados. Se recorren el infinito pasillo sabiendo exactamente a dónde se dirigen y, finalmente, proceden a trasladarse de galaxia por arte de birlibirloque.

Pero a mí el avión no me gusta. Y me pregunto por qué, dadas las estadísticas. No tengo respuesta; éste es un asunto primario y visceral. El miedo es pura voluntad, pienso. Como el dolor: "de repente, el cielo no dice nada". El tiempo se para y no pensamos, sólo sentimos. Como a Orfeo, el mundo, el mismo mundo, ahora no nos reconforta, no nos ofrece nada que parezca hermoso. La naturaleza amable, las montañas y los prados alrededor son de pronto heraldos de una naturaleza ominosa y desencantada.

Trato de reanimarme mirando a la azafata que da las consignas de seguridad. Se ríe como una tonta. Algo le ha hecho gracia, o se siente estúpida quizá porque es la primera vez que hace semejantes aspavientos. Me da la risa también. Constato que, efectivamente, estoy insensibilizado. No hay tacones que puedan conmigo. Intento olvidarme en
La peste, de Camus, mientras el avión enfila la pista de despegue. Apenas la tiene, da gas al máximo, se lanza a toda velocidad, retemblando como el mimbre, y luego se levanta.

Debo de ser un poco rancio. Cuando nací, hacía años que funcionaban las líneas aéreas regulares. Sin embargo, no dejo de sorprenderme de que podamos atravesar Europa sin ver una sola montaña, sólo una galería tubular infundida de luz fluorescente. Como si algo se me perdiese en otra época, siento nostalgia de la verdadera extensión de las tierras, ésa que llevaba semanas atravesar, llena de parajes secretos a los que no llegaba Google Earth.

La tierra se aleja y se convierte en un enorme cojín lleno de remiendos. Estoy volando, me digo. Volar siempre ha sido un sueño humano y los pájaros símbolo de libertad. Pero los objetos allá abajo, lejos de ser una invitación a la felicidad, son una amenaza. Recuerdo entonces el
Viajero sobre un mar de nubes, de Friedrich. Y pienso por un momento si no seré todo lo contrario a un romántico al tomarme tan a pecho la situación. No parece, desde luego, la actitud con que Turner se amarró cuatro horas al mástil de un barco durante una tormenta para luego pintar la Tormenta de nieve.

Las ideas se me enredan con las turbulencias. Los remiendos, el abismo, la Peste, la azafata. En avión, perdemos la perspectiva del espacio recorrido. Los espacios ya no se recorren, porque nuestras ciudades florecen en el vacío, formando como un archipiélago, o se apilan virtualmente unas sobre otras. Podemos acceder directamemnte al meollo de los más afamados lugares, y no llegar, sino simplemente aparecer: ¡flop! Leo que la peste de Orán fue tan terrible, que hombres y mujeres hubieron de mezclarse en la misma fosa. Luego, levanto la cabeza y veo la larga columna de habitantes del avión. Si nos estrellamos, podría con suerte acabar mezclado con los delicados huesos de la azafata. Poética forma de acabar juntos.

¿Será este miedo una faceta de lo sublime? Burke propone que lo sublime no tiene nada que ver con lo bello, e incluso es antitético. Se refiere a una naturaleza violenta que, dada nuestra insignificancia, amenaza con destruirnos. Pero acabo de darme cuenta; estoy sufriendo una confusión. El truco de lo sublime reside en la seguridad experientada. Es la contemplación del oleaje cerca del acantilado, pero no colgado de él. Es estar cerca, pero no DEMASIADO CERCA. Lo sublime exige que no nos involucremos, es decir, que nos abandonemos, que dejemos de ser protagonistas de nuestra vida. Si tengo miedo de verdad, hago justo lo contrario.

Imagen: J. M. William Turner, Lluvia, vapor y velocidad (1844)

4 comentarios:

Madame X dixo...

Me encanta volar. Pero desde que la aviación comercial ha encogido los asientos y el espacio circundante en sus aparatos, ha perdido todo el encanto. Lo más gozoso es la avioneta. Vibra más, pero, a cambio, los paisajes son mucho más próximos... están a vuelo de pájaro. Eso sí es romántico. Aunque para romántico-romántico el tren con vagones compartimentados, como los de largo recorrido. Siempre he tenido ganas de subirme al Transiberiano… subir en Moscú y apearme en Vladivostok… [Anda que no ha dado para historias de miedo. ]

En cuanto a lo sublime, qué quieres que te diga, es más una cuestión emocional que filosófica, como el miedo. Y sí que se aprende a dominar el miedo, pero es difícil suprimirlo. A lo mejor, en un futuro, nos teletransportan de verdad y se acabó el miedo a volar, porque no te daría tiempo a padecerlo.

Por cierto, ¿de qué color eran los zapatos de la azafata?

Me encanta Turner. Este cuadro es sublime ;-)

Se te echaba de menos.

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Agurdión dixo...

Los zapatos de la azafata... ehem... pues... por suerte estoy tan loco como para acordarme... jaja. Si tuviera un poco más de práctica en el avión, podría hacer una pequeña reseña tipológica sobre los fetiches de la tripulación. Ahora se me ocurre el pañuelito del cuello.

Parece que tú sí que has volado mucho, y lo ha llenado de connotaciones positivas. Lo mío puede ser cuestión de práctica, como todo. Eso sí, en lo del tren estoy completamente de acuerdo contigo, con tal de ir sentado. La última vez que fui en tren era uno de compartimentos. Y tuve que ir de pie en el pasillo, rodeado de unos napolitanos medio locos. Qué mal rollo!

lukas dixo...

Me daba pánico volar, hice los primeros viajes en avión lleno de pánico, pensando todo el tiempo en que el aparato se caería... Pero luego lo echaba de menos, esa sensación maravillosa cuando despega, cuando alza el vuelo... Pero desde el 11-S, las cosas se han puesto negras, y creo que la gente viaja por puro masoquismo (claro, también por rapidez). Aguantar en espacio reducido, a cierta gentuza, pues qué quieres que te diga, tienes que ser bastante masoca.

Para azafatas interesantes, las del calendario Ryanair...

Madame X dixo...

Sabía yo que, a pesar de los pesares, te fijarías irremediablemente en los zapatos de las azafatas...

;-)

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