Ni un ruido que exprese el éxtasis universal de las cosas; hasta las agujas están como dormidas. Muy al contrario de las fiestas humanas; estamos ante una orgía silenciosa.
Se diría que una luz, siempre creciente, hace brillar cada vez más los objetos; que las flores, excitadas, arden el deseos de rivalizar con el azul del cielo en la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los empuja como humaredas hacia el astro.
Sin embargo, en medio de este júbilo universal, he observado a un ser afligido.
A los pies de una colosal Venus, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios encargados de hacer reír a los reyes cuando el Remordimiento o el Hastío los apresa, envuelto en su atuendo deslumbrante y ridículo, tocada la cabeza con cuernos y campanillas, acurrucado contra el pedestal, alza los ojos cargados de lágrimas hacia la Diosa inmortal.
Y sus ojos dicen: "Soy el último y más solitario de los humanos, privado de amor y de amistad, y muy inferior en este punto al más imperfecto de los animales. Pese a ello yo también estoy hecho para comprender y sentir la Belleza inmortal. ¡Ah!, Diosa, tened piedad de mi tristeza y de mi desvarío".
Pero la Venus implacable sigue mirando no sé qué, a lo lejos, con sus ojos de mármol.»
Charles Baudelaire
El esplín de París, VII
Trad. de Francisco Torres Monreal
El esplín de París, VII
Trad. de Francisco Torres Monreal
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