Parecía subir allí arriba por el mismo impulso que Amarillo, con el ansia de respirar el aire todo; y allí firme, los brazos caídos, la mirada perdida en el abismo, era capaz de ver un campo de aviación.
Para darle forma a su visión, después de cada experiencia construía una especie de molinillo de viento para el huerto. A estas tarabelas, destinadas en principio a espantar a los pájaros con su ruido de matraca y sus aspas de tabla, pronto las fue diseminando por la era para que presidiesen en formación el extenso prado. Y así podía descubrir cada domingo, en aquel coro vacilante y monótono, las silbantes hélices de un circo volante.
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